Nostalgia por la izquierda

La Crónica, jueves 24 de julio

A la izquierda, a las izquierdas mexicanas, se les puede reconocer en su historia. Pero resulta prácticamente irremediable desconocerlas en sus prácticas más extendidas y distinguidas. Durante décadas de sobrevivencia a persecuciones y coacciones de toda índole, las izquierdas en México se singularizaron por la tenacidad militante, la solidez discursiva, la integridad política. Trosquistas y maoístas, socialistas y comunistas, exégetas de las masas y marginados de la sociedad real, a los hombres y las mujeres de izquierda en México los singularizaban la ideología y la actitud. No se trataba necesariamente de personas templadas en el acero de convicciones inflexibles sino simplemente de mujeres y hombres para quienes el compromiso era más importante que las componendas. Abrigaban, cada cual según la corriente, el referente o la secta de sus preferencias, un cuerpo doctrinario al cual ceñían sus concepciones de la realidad. Y por lo general conservaban una conducta distinta del convenencierismo y el pragmatismo predominantes. Las izquierdas en México contaban con ideas, aunque a menudo fuesen discutibles. Y tenían autoridad moral delante de un sistema político de prácticas tan descompuestas como el que ha prevalecido en este país.

Eso terminó, pero no necesariamente en beneficio de los ideales ni de la integridad que singularizaban a nuestras izquierdas. La transición política mexicana fue en alguna medida resultado del empuje de las izquierdas, que no vacilaron en acortar o aplazar algunas de sus esperanzas e incluso en renunciar a sus identidades políticas con tal de impulsar nuevas opciones y ensanchar los márgenes para la democracia electoral. La generosidad con que el Partido Mexicano Socialista contribuyó con registro, patrimonio, historia, infraestructura y afiliados para la creación del PRD en 1989, a menudo se olvida cuando repasamos qué ha sucedido, y por qué, con nuestras izquierdas. Aquel PMS aportó el vehículo, el motor, la gasolina y parte del camino andado para impulsar al nuevo partido. Pero apenas comenzaba a circular, otros conductores se apropiaron del volante y la ruta que tomaron se entrecruzaba con los tortuosos senderos de la vieja política.

Por méritos propios gracias, fundamentalmente, al desarrollo que experimentaron entre las clases medias y al envión que encontraron en nuevos movimientos sociales, pero también merced a connivencias y clientelismos que en nada se distinguieron de los que durante largo tiempo habían practicado el gobierno y su partido, las izquierdas experimentaron un auge inédito y alcanzaron posiciones de poder político. En dicho tránsito, expuestas a las dificultades que siempre implican la gestión y las responsabilidades públicas, esas izquierdas mexicanas en vez de transformar al poder político se mimetizaron con él.

Cada vez ha sido más difícil encontrar diferencias de fondo entre la supuesta razón de Estado con que trataban de justificar excesos los presidentes bajo el régimen del PRI y las coartadas políticas con que no pocos gobiernos del PRD, entre ellos los que han estado a cargo de la ciudad de México en los años recientes, intentan legitimar abusos, tráficos de influencia y exacciones a los recursos públicos. Cada vez ha sido menos clara la diferencia auténtica entre el fanatismo manipulador con que la derecha suele tratar de imponer sus creencias morales al resto de los ciudadanos y el fundamentalismo autocrático que gobiernos, partidos y grupos pretendidamente identificados con estas izquierdas acostumbran tratar al resto de la sociedad.

La intolerancia ante diagnósticos y concepciones que no se ajustan a los cartabones ceñidos por el interés del gobierno presuntamente legítimo, la denuncia de fraudes nunca fehacientemente comprobados, la sustitución del dato por la propaganda y de los hechos por las conjeturas, e incluso la imposición de costumbres y modos definidos por la corrección política, han convertido a estas corrientes y grupos en cofradías que defienden intereses pero que se encuentran muy, muy lejos de las izquierdas tal y como se les entendía en México y como se les conoce en otros sitios.

Aquellas izquierdas, en el tránsito hacia y en el pretendido realismo político, extraviaron la capacidad que tenían para diferenciarse de otras fuerzas y vertientes de la vida pública mexicana. Con la coartada de involucrarse en la política realmente existente, amplios segmentos de esas antiguas izquierdas, y sus sucedáneos, se zambulleron en los meandros de la política francamente indecente.

Es difícil sostener que esas, las que hicieron del PRD una organización reñida con la democracia, las que encabezan gobiernos que no reivindican sino que usufructúan el interés de los mexicanos más desventurados, o las que medran con banderas de presunta socialdemocracia pero con recursos de la política más primitiva, sean corrientes o personas de izquierda.

Será difícil que alguien que se identifique con las izquierdas rechace estos parámetros para reconocerlas: la reivindicación de la igualdad y la libertad, el compromiso con las reglas de la democracia, la lid por los derechos humanos. En esa tríada se encuentran elementos insoslayables para delimitar a las izquierdas. En ocasiones esos tres componentes pueden resultar demasiado amplios, sobre todo si se considera que hay otras posiciones del espectro ideológico que pueden compartir permanente o coyunturalmente algunos de ellos. En todo caso no parece excesivo considerar que si bien no todos aquellos que hagan suyos algunas de esas coordenadas son de izquierdas, en cambio sí se puede sostener que no hay izquierdas que no compartan por lo menos esos tres principios: el apremio incansable de igualdad y libertad, la identificación con la democracia y sus procedimientos, la salvaguardia de los

derechos humanos. Definir puntualmente a las izquierdas resultaría arduo y complejo, sobre todo por la variedad de posiciones y preferencias que hay entre ellas. Pero determinar algunos de los comportamientos que no son de izquierdas resulta ilustrativo.

No es de izquierda proferir grandilocuentes parrafadas colmadas de alusiones al pueblo, a los pobres y a los desamparados, para después oponerse a políticas de Estado que tienden a paliar algunas de las carencias de esos sectores.

No es de izquierda participar de acuerdo con las reglas que hemos creado para la competencia política y, cuando se pierde, mandar al diablo a las instituciones.

No es de izquierda pretender que un movimiento o un partido político queden supeditados al humor y los intereses de un caudillo, por dicharachero o voluntarista que pueda ser.

No es de izquierda bloquear la discusión parlamentaria, ni enfrentar solamente con desplantes retóricos la deliberación de los grandes temas nacionales. De hecho en una sociedad moderna, en donde la circulación tanto de ideas como de personas es básica en la construcción de entendimientos, no es de izquierda ningún tipo de bloqueo.

No es de izquierda medrar clientelarmente con la necesidad de los ancianos, las mujeres o de cualquier otro sector de la sociedad al que se le ofrezcan beneficios a cambio de su adhesión política.

No es de izquierda pretender que el adversario político es un enemigo al que resulta preciso exterminar.

No es de izquierda (jamás lo ha sido, jamás lo será) contratar golpeadores para desvirtuar el resultado de una asamblea ni beneficiarse de prácticas de esa índole.

No es de izquierda encargarse durante varios años de la seguridad pública de la ciudad más grande del país, sin renovar a los cuadros ni a las prácticas policiacos conocidos por sus amafiamientos corruptos y su antagonismo con la justicia.

No es de izquierda cuestionar los errores y abusos de los gobiernos de otro signo pero soslayar los que cometen gobiernos que son supuestamente de izquierdas.

No es de izquierda condenar el corporativismo en los sindicatos tradicionales pero sustraerse al cuestionamiento de las arbitrariedades que hay en sindicatos que se reclaman de izquierda.

No es de izquierda preconizar los derechos humanos pero callar cuando son violentados por funcionarios que se dicen de izquierda.

No es de izquierda reivindicar los derechos de las mujeres pero disimular y callar cuando varias jovencitas son maltratadas, marcadas, exhibidas y zaheridas por la policía de un gobierno al que hay quienes consideran de izquierda.

No es de izquierda traficar con banderas de la izquierda sin ser congruente con sus más elementales postulados.

No es de izquierda quien nada más lo es a medias, a veces sí pero de repente mejor no. Los principios de izquierda –es decir, la reivindicación de libertad e igualdad, el compromiso con la democracia, la defensa de los derechos humanos– forman una tríada que es consistente o simplemente no es.

Una izquierda moderna tendría que reconocer las tradiciones que le anteceden sin estancarse en ellas. Habría de mirar autocríticamente la historia de las izquierdas mexicanas, que por lo general estuvieron más interesadas en aniquilar a sus adversarios internos que en construir opciones capaces de hacer política hacia el exterior de esos grupos. Sería preciso recuperar los dos atributos virtuosos de aquellas izquierdas históricas: el empeño con y por las ideas y la autoridad ética.

Para ello las izquierdas tendrían que apostar antes que nada a la igualdad (económica, social, cultural) en todas sus vertientes y no únicamente en algunas de ellas. Interiorizarse de las convicciones igualitarias, hacerlas parte de su actitud vital y real, apostar al cambio no de todos sino con todos, serían componentes de una izquierda deseable.

Esa izquierda tendría que interesarse en el crecimiento económico como sustrato del bienestar social, habría de apostar a las reformas tangibles y eficaces entendidas dentro de un proceso de cambios quizá nunca tan sólidos como la voluntad exigiría pero siempre capaces de atender una necesidad tras otra.

Una izquierda con vocación de futuro tendría que entender a la globalización como un contexto de oportunidades al que es preciso ceñir con un orden jurídico equitativo.

La izquierda necesaria debería apostar a la eficacia de la política, a la reforma de la legalidad y a suscitar el interés de la sociedad, pero siempre a partir de ideas. El del debate intelectual tiene que ser terreno propicio de las izquierdas. Una izquierda sin ideas es, simplemente, otra cosa.

Esa izquierda deseable tiene que respetar irrestrictamente a los demás como requisito para ser la más respetable de las opciones políticas. Respetar no significa condescender, ni transigir, ni mucho menos callar en aras de la placidez política. Al contrario, el de las izquierdas tendría que ser el talante más consistentemente crítico y, para ello, también autocrítico.

Una izquierda plena tiene que ser abanderada y paradigma de la tolerancia. Estaría en capacidad de serlo si tuviera convicciones firmes. Pero no se podría dar el lujo de ser tolerante con los intolerantes. Rehuir el dogmatismo, minar con una permanente crítica los resabios del fundamentalismo, enfrentar al aventurerismo, son requerimientos para una izquierda que quiera honrar y no solo usufructuar ese nombre.

Hace tres semanas el grupo de Patricia Mercado en el Partido Alternativa organizó una jornada de discusiones sobre las izquierdas en México. Este texto es parte de lo que dije en aquella reunión.

Correo electrónico: trejoraul@gmail.com

Blog: https://sociedad.wordpress.com

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