
Publicado en La Crónica el lunes 12 de abril
El discurso maniqueo, la partición de la sociedad en buenos y malos —incondicionales y enemigos—, la promoción del odio y la explotación del resentimiento, son recursos que siempre utiliza el líder populista. A pesar de las complejidades de la realidad, el populismo impulsa una áspera polarización. De una parte se encuentra el campo de los virtuosos. En la otra, todos los demás. El líder populista divide a su sociedad para apoyarse en el bloque de los adeptos, que se cohesiona en contraste con quienes no lo son.
El conflicto así planteado es difícilmente resoluble. El sociólogo ecuatoriano Carlos de la Torre lo describe en estos términos: “El discurso populista se basa en la diferenciación de la sociedad en dos campos que se enfrentan de manera antagónica en una lucha maniquea entre el bien y el mal, la redención y el vasallaje. Los discursos populistas generan pasiones e identidades fuertes que dividen a la sociedad entre el pueblo virtuoso encarnado en el líder y sus enemigos construidos como la anti-patria” (Carlos de la Torre y Enrique Peruzzotti, editores, El retorno del pueblo Populismo y nuevas democracias en América Latina FLACSO, Quito, 2008).
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