Artículo publicado en emeequis
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Entre los descontentos con el resultado electoral se pone de moda una cómoda cantinela: Enrique Peña Nieto, dicen, podrá ser presidente legal pero no legítimo. En esa fórmula hay un avance respecto del desconocimiento tajante del proceso electoral que hace seis años dominaba entre los seguidores de Andrés Manuel López Obrador y que hoy en día sostienen únicamente los más fanáticos. Reconocer que la elección ha sido legal, o que sus resultados lo serán una vez que el Tribunal Federal Electoral termine la revisión de ese proceso, implica admitir que las reglas se cumplieron razonablemente y sobre todo que la mayoría (aunque a algunos no nos guste) prefirió al candidato del PRI. La democracia está articulada por métodos para tomar decisiones en una sociedad diversa. Por eso jamás deja satisfechos a todos.
Algunos de esos contrariados se embarcan, entonces, en el tema de la legitimidad. Es un término equívoco, no tanto por su significado estricto sino por el empleo discrecional que suele hacerse de él. En rigor, una elección legítima es aquella que ha sido legal. Ambos vocablos son sinónimos. Legítimo, del latín “legitimus”, es aquello que existe “conforme a las leyes”, dice con claridad el Diccionario. Pero en la discusión política se le añaden otras implicaciones.
A la legitimidad se la entiende, así, como la aceptación consciente que los ciudadanos le dispensan a un gobernante. Si el poder político implica el ejercicio de la fuerza, la legitimidad aprovisiona del consentimiento necesario para que el gobierno sea reconocido, y sus decisiones acatadas, más allá del temor a la coacción. Seguir leyendo «Legitimidad»