Ausencias en el debate, abusos publicitarios

Comentario en Antena Radio, noticiero matutino del Instituto Mexicano de la Radio

    Al debate del domingo pasado le faltaron ingredientes importantes. Faltó pasión y convicción en muchas de las intervenciones. Las ideas escasearon, las propuestas quedaban huecas cuando los candidatos no explicaban cómo lograrían ponerlas en práctica. Ante impugnaciones mutuas, todos respondieron con evasivas o de plano con simulaciones. Algunos ciudadanos, demasiado ilusos quizá, deploramos que entre los candidatos presidenciales no haya políticos con auténtica dimensión de estadistas, capaces de mirar más allá de la coyuntura, dispuestos a proporcionar certezas razonables y no solamente eslóganes prefabricados.

Lo que no le faltó al debate del domingo 10 de junio fueron televidentes. Entre los dos canales de cobertura nacional que lo transmitieron, la audiencia alcanzó casi 23 puntos. Si a ese rating se le añaden los televidentes de otros canales no es exagerado suponer que el debate tuvo, en una estimación tímida, por lo menos 10 puntos más. Eso implica que en más de 3 de cada 10 hogares los televisores sintonizaron el debate.

Se trata, muy posiblemente, del evento político que ha tenido más audiencia en la historia mexicana. Para que se alcanzaran esas cifras se conjuntaron dos condiciones. En primer lugar la insistencia del movimiento #yosoy132 para que, a diferencia del debate del 6 de mayo, este segundo encuentro fuera televisado con el mayor alcance posible. Luego estuvo la decisión, por convicción, o curiosidad, de decenas de millones de mexicanos que quisieron destinar un par de horas del domingo para mirar y escuchar a los candidatos presidenciales.

No sabemos si esos televidentes encontraron cumplidas sus expectativas, o resueltas sus dudas, acerca de los aspirantes a la Presidencia de la República.

También es pronto, a esta hora del martes, para saber si el debate modificó las preferencias de voto entre los ciudadanos pero es muy posible que tales tendencias se mantengan. Lo que sí se puede afirmar con certeza es que, a pesar de inconsistencias y atavismos de los cuatro candidatos, la sola posibilidad de verlos intercambiando opiniones frente a las cámaras ha sido un paso adelante en el con frecuencia tortuoso camino de la democracia mexicana.

Ahora queda claro para muchos más que, en ese camino, los medios de comunicación pueden ser propulsores pero también atolladeros para la información y la deliberación. Una de las singularidades en las campañas que terminarán dentro de 15 días habrá sido la enfática e inédita denuncia contra prácticas habituales en los medios de comunicación de mayor cobertura. Significativamente, los cuestionamientos a las televisoras no han sido presentados por candidatos o partidos, sino por el movimiento de estudiantes cuya participación pública fue detonada, precisamente, debido al tratamiento mediático que consideraron inconveniente.

Otras denuncias han documentado el tráfico de influencia mediática a favor de candidatos y personajes políticos pero, antes que nada, en busca del dinero público prodigado en la compra de publicidad. El diario The Guardian no ha presentado revelaciones, sino ratificaciones acerca de la compra de espacios y servicios mediáticos por parte de gobiernos y funcionarios de todas las filiaciones partidarias.

El gasto de dinero público para que el poder político se haga propaganda es una triste singularidad mexicana que ya comienza a hacer crisis. Los mexicanos ya sabíamos que todos los gobiernos, y prácticamente todas las instituciones del Estado, desembolsan dinero nuestro para obtener la atención de los medios. Que tal usanza sea exhibida por uno de los diarios más prestigiados de Europa es una vergüenza para nuestra vida pública pero sobre todo es recordatorio de una asignatura que ni las instituciones ni la sociedad mexicana han querido atender. Es perentorio que la publicidad oficial desaparezca, que el Estado aproveche tiempos oficiales cuando quiera dirigirse a la sociedad.

Ese es uno de los temas con los que no se comprometerán los candidatos presidenciales. Enrique Peña Nieto cuando gobernó el Estado de  México gastó por lo menos 700 millones de pesos para construirse la imagen que le ha permitido llegar a esta campaña. Andrés Manuel López Obrador tampoco se contuvo para dilapidar grandes cantidades de dinero e incluso dispuso que la información sobre el gasto publicitario de su gobierno en la ciudad de México fuera sustraída del escrutinio público. Josefina Vázquez Mota formó parte del gobierno federal que más dinero ha gastado en publicidad en toda la historia mexicana. El gasto del actual gobierno federal en publicidad posiblemente llegará a más de 25 mil millones de pesos. Queda Quadri, que no ha sido funcionario pero que obedece al cacicazgo que trafica políticamente con las cuotas de los profesores sindicalizados. Entre esos candidatos tendremos que elegir presidente o considerar que, de plano, ninguno merece nuestra confianza ni nuestro voto.

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