El Octavo Mandamiento

Este texto fue punto de partida para un comentario en Hoy por hoy de W Radio, con Salvador Camarena

Por lo general las telenovelas son paliativos a la incertidumbre. Ya sabemos, porque en la reiteración se encuentra la clave de esa emoción prefabricada que suelen ofrecer las telenovelas, que el hijo descarriado se arrepentirá ante la madre virtuosa, el esposo desleal pagará sus infidelidades y que la muchacha triste encontrará al príncipe azul. El profesor venezolano Marcelino Visual ha dicho que la telenovela “es un rincón afectivo”. Y Carlos Monsiváis advertía que “la telenovela es la otra familia del espectador, la que sufre con estilo y entre muebles carísimos”.

Una realidad ácida, en telenovela. Ilustración tomada de http://www.eloctavomandamiento.com

Ante esa costumbre de la telenovela como territorio de previsibles fantasías edulcoradas, una serie como El Octavo Mandamiento resulta transgresora y heterodoxa. Esa telenovela, que se transmite en el Canal 28, comenzó con vigor narrativo mostrando a una de sus protagonistas herida en una de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. La trama se encuentra ahora 10 años después, en un México devastado por la corrupción en el gobierno y la impunidad del narcotráfico.

Toda semejanza con los noticieros dista de ser casualidad. El Octavo Mandamiento se nutre en hechos de todos los días y a veces, incluso, menciona acontecimientos que acaban de ocurrir. A la agilidad en su realización, dirigida con la mano experta del cineasta José Luis García Agraz, esa telenovela añade una mirada ácida, muy crítica, de los problemas del país. La historia se desenvuelve alrededor de un periódico demasiado parecido a La Jornada, lo cual no es casualidad porque uno de sus productores es el antiguo director de ese diario, Carlos Payán. El otro es Epigmenio Ibarra, cuya empresa Argos realizó antes otras series discordantes con la telenovela tradicional pero nunca tan cargadas de contenidos políticos como El Octavo Mandamiento.

Narcotraficantes beneficiados por omisiones e incluso complicidades del poder, crímenes políticos, periodistas acosados, políticos sinvergüenzas, causas nobles que son negocios y negocios turbios publicitados como actos bienhechores, forman parte de ese espejo de la vida mexicana que quiere ofrecer El Octavo Mandamiento.

La dramatización es un recurso para develar la realidad. Pero sometida a los cartabones de la telenovela, El Octavo Mandamiento corre el riesgo de que la realidad social, por cruda que se le muestre, únicamente sea pretexto para el melodrama.

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